Sola Scriptura es la doctrina que establece la Biblia como la única fuente infalible y suficiente de autoridad para la fe y la práctica cristiana. Durante la Reforma Protestante, este principio fue un rechazo directo a la idea de que la tradición eclesiástica, los concilios o el magisterio de la Iglesia Católica pudieran tener una autoridad equivalente o superior a la Escritura.

Los reformadores afirmaban que la Biblia, siendo la Palabra inspirada por Dios, es clara y accesible para todos los creyentes, lo que en latín se conoce como perspicuitas Scripturae. Este concepto subraya que, aunque no todos los pasajes bíblicos son igualmente claros, los temas esenciales para la salvación y la vida cristiana son comprensibles para cualquiera que se acerque a la Escritura con humildad y oración.

Juan Calvino, uno de los pilares de la Reforma, argumentó: "La Escritura tiene suficiente claridad para que nadie deba tropezar en ella, y por tanto, es absurda esa invención de una doble interpretación, a saber, natural y mística, que ha sido ingeniosamente inventada por unos hombres para poder burlar a Dios" (Institución de la Religión Cristiana, Libro I, Capítulo 7).

La centralidad de la Escritura en la vida del creyente también significa que todas las doctrinas y enseñanzas de la Iglesia deben ser constantemente revisadas y alineadas con la Biblia. Este enfoque fue esencial para la Reforma, pues devolvió a la Escritura su lugar como la norma máxima (norma normans) sobre todas las otras normas, asegurando que nada fuera enseñado como necesario para la salvación que no estuviera explícita o implícitamente en la Biblia.

Sola Fide sostiene que la justificación, es decir, el acto por el cual Dios declara justo al pecador, se recibe únicamente por la fe y no por obras. Esta doctrina fue la piedra angular de la Reforma Protestante y la principal causa de la ruptura con la Iglesia Católica, que enseñaba que la justificación era un proceso que involucraba tanto la fe como las obras.

La fe, en este contexto, no es simplemente un asentimiento intelectual a las verdades del Evangelio, sino una confianza viva y personal en Jesucristo y su obra redentora. Esta fe une al creyente con Cristo, de tal manera que la justicia perfecta de Cristo le es imputada al pecador, y sus pecados son cargados sobre Cristo. Martín Lutero enfatizó: "Este artículo [Sola Fide] es la cabeza y la piedra angular, y con él la Iglesia está sostenida, o con él cae" (Disputatio Heidelberguensis, 1518).

Para Lutero, la justificación por la fe sola es el núcleo del Evangelio, y cualquier desvío de esta doctrina esencial equivale a una distorsión del mensaje cristiano. La justificación por la fe sola también refuerza la idea de que la salvación es completamente un acto de la gracia soberana de Dios, y no algo que pueda ser ganado o merecido por el pecador. Como expresa el apóstol Pablo en Efesios 2:8-9: "Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe".

Esta doctrina, por tanto, pone de relieve la total dependencia del creyente en Cristo para la salvación, y no en sus propios esfuerzos o méritos, asegurando que toda la gloria sea para Dios.

Solus Christus proclama que Jesucristo es el único mediador entre Dios y los hombres, y que su obra redentora es la única base suficiente para la salvación. Este principio rechaza cualquier adición a la obra de Cristo, ya sea en forma de otros mediadores, como los santos, o en ritos y sacramentos que se presenten como necesarios para la salvación aparte de la fe en Cristo.

En la Iglesia Católica medieval, la doctrina de la intercesión de los santos y la mediación sacerdotal había oscurecido la exclusividad del mediador divino, Cristo. Los reformadores, en cambio, insistieron en que la salvación es posible únicamente por la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Como Pablo escribe en 1 Timoteo 2:5: "Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre".

Juan Calvino, en su Institución de la Religión Cristiana, sostiene: "Cristo, al reconciliarnos con Dios, ha satisfecho plenamente la justicia divina, de modo que ya no necesitamos otro sacrificio o satisfacción. Toda nuestra seguridad y toda nuestra confianza están en Él, porque Él es el único y suficiente Salvador" (Institución de la Religión Cristiana, Libro II, Capítulo 16).

Solus Christus también implica que la salvación es un regalo completo y suficiente en Cristo, sin la necesidad de contribuciones humanas. Esta doctrina es crucial para mantener la centralidad de Cristo en la vida y la fe cristiana, asegurando que toda la adoración, confianza y lealtad estén dirigidas a Él solo.

Sola Gratia subraya que la salvación es un don inmerecido de Dios, otorgado únicamente por su gracia y no por ningún mérito o esfuerzo humano. Este principio se opone a cualquier idea de que el ser humano pueda contribuir a su propia salvación, enfatizando en cambio la soberanía de Dios en la elección y redención de los pecadores.

La gracia es el favor inmerecido de Dios que otorga la salvación a los pecadores, quienes, debido a su estado de pecado original, son incapaces de buscar a Dios o merecer su favor. Esta enseñanza se basa en la convicción de que la caída del hombre ha afectado completamente su naturaleza, dejándolo espiritualmente muerto y necesitado de la intervención divina para ser salvado. Agustín de Hipona, cuya teología influyó profundamente en los reformadores, enseñaba: "Dios no elige a aquellos que son buenos, sino que él mismo hace buenos a aquellos que elige" (De Praedestinatione Sanctorum, Capítulo 17).

Juan Calvino, desarrollando este pensamiento, afirmaba que toda la obra de la salvación, desde la elección hasta la glorificación, es obra de la gracia divina: "La gracia no es ayuda o auxilio, sino que todo lo hace de principio a fin" (Institución de la Religión Cristiana, Libro III, Capítulo 14). Esta gracia es irresistible, lo que significa que aquellos a quienes Dios llama eficazmente a la salvación no pueden resistir este llamado. Además, la gracia preserva a los creyentes en la fe, asegurando que aquellos que son verdaderamente salvos perseverarán hasta el final.

La doctrina de Sola Gratia también tiene implicaciones prácticas profundas, ya que elimina cualquier motivo de jactancia o mérito humano, llevando al creyente a una vida de humildad, gratitud y adoración a Dios, quien es la fuente de toda bondad y misericordia.

Soli Deo Gloria afirma que toda la gloria en la salvación y en todas las cosas pertenece únicamente a Dios. Este principio es una culminación de las otras cuatro solas, subrayando que la salvación es obra de Dios de principio a fin, y que ningún mérito o gloria puede atribuirse al ser humano.

Durante la Reforma, los reformadores vieron la necesidad de devolver toda la gloria a Dios, que había sido compartida injustamente con los seres humanos, santos, y la Iglesia misma. Este principio se refleja en la enseñanza bíblica de que Dios es el creador y sustentador de todas las cosas, y que todas las cosas existen para su gloria. Como el apóstol Pablo escribe en Romanos 11:36: "Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén".

Juan Calvino destacó que la finalidad de la vida cristiana es glorificar a Dios en todas las cosas: "No nos pertenecemos a nosotros mismos, por lo tanto, nuestras mentes deben estar atentas en buscar la gloria de Dios" (Institución de la Religión Cristiana, Libro III, Capítulo 7). La gloria de Dios es, por tanto, el fin último y supremo de todas nuestras acciones, pensamientos y deseos.

Soli Deo Gloria no solo influye en la teología, sino también en la ética cristiana, llamando